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A Stephen King Carrie le caía mal. Carrie es el personaje de la novela con la que inició el camino para vivir de escribir, de hecho no la habría escrito si su esposa no saca el primer borrador de la basura, lo desarruga, lo lee y le dice —¡ve! Esto está chévere, terminala.

Si no es por eso, no nos habrían quitado el sueño tantas buenas historias. Porque aun si no lo has leído, es casi imposible que no hayás visto alguna adaptación cinematográfica de sus novelas.

Estás escuchando la primera parte del resumen del libro Mientras escribo, de Stephen King, el episodio de hoy se titula: escribir, aunque no haya ganas.

Preciosa humanidad, les saludo, otra vez. Para abordar el resumen de esta semana vamos a empezar por donde quiso empezar Stephen King, contando cómo empezó él a escribir, te recuerdo que en este podcast las citas textuales suenan en segundo plano.

Una salvedad introductoria, de parte del autor: 

“Los narradores no tenemos una idea muy clara de lo que hacemos. Cuando es bueno no suelen saber por qué y cuando es malo, tampoco.”

Hecha la aclaración, adentremos en el libro. Stephen, en adelante le llamaré sólo Stephen, es más amigable así.

Entonces, Stephen inicia contando algunos recuerdos que tiene de su vida de niño y de su vida como adolescente, algunos recuerdos relacionados con la escritura otros que parecen la fuente o el inicio de un relato.

Algún comentario, como el que cito a continuación, de lugares que le marcaron:

“…había un terreno enorme que hacía pendiente, un verdadero bosque con un depósito de chatarra al fondo y una vía de tren cortándolo en dos. Es uno de los lugares a donde siempre regresa mi imaginación, una presencia recurrente en mis novelas y cuentos, aunque le cambie el nombre. Los niños de It lo llaman los Barrens’. Nosotros lo llamábamos ‘la selva’.”

Hablemos entonces de las historias que lo marcaron, eso que recuerda de antes de vivir de escribir y cómo lo recuerda, así podremos tener pequeñas luces que digan por qué escribe el tipo de historias que escribe, qué es lo que encuentra fascinante:

La infancia de Stephen King

Recuerda que tuvo una niñera que fue despedida luego de que su mamá, la de Stephen King, lo encontrara bañado en vómito y dormido en el closet, lo que pasó fue que la chica le dio de comer más o menos siete huevos fritos, él los pidió, pero era un niño de cuatro años decirle que no más era fácil, no conforme con casi intoxicar al chiquito lo encerró en el closet y luego se fue a dormir en el sofá. Cuando la Mamá de Stephen llegó del trabajo se encontró la escena y pues obviamente la despidió. 

Luego nos habla de la primera historia de muerte que recuerda, se la contó su Mamá a los cinco o seis años: una de una niña que se ahogó en un río y otra de un marinero que se lanzó de un tejado

—Reventó —dijo mi madre como si fuera lo más normal del mundo, y tras una pausa añadió—: Lo salpicó todo de un líquido verde. Todavía me acuerdo.

Yo también, mamá.»

Evidentemente la imagen se quedó con él por siempre, se quedará conmigo por siempre y ahora con ustedes, ¡una belleza!

Y nos cuenta una de esas historias traumáticas en el médico, probablemente todos tengamos una, la mía es muy vaga, pero sé que mordí al odontólogo la primera vez que me llevaron a revisión, creo recordar al odontólogo, la ayudante y mi Mamá intentando sujetarme para que me quedara quieta, dejara de gritar y abriera la boca, al final no me revisaron, mi Mamá dice que le recomendaron esperar a que yo estuviera más grande, y lo hizo, buena decisión.

Stephen, al parecer, sí recuerda su historia muy bien, que la cuente él mismo, en la escena: la enfermera y el doctor con una larga jeringa en la mano:

“El doctor sonrió para tranquilizarme y soleó la mentira que debería llevar a la cárcel a todos los médicos (con sentencia doble si el paciente es un niño):

—Tranquilo, Stevie, que no duele.

Me lo creí. Entonces me metió la aguja en la oreja y perforó el tímpano. Fue un dolor como no he vuelto a sentir nunca. Lo más parecido fue el mes de recuperación después de que me atropellara una camioneta en el verano de 1999: un sufrimiento más prolongado, pero menos intenso. El pinchazo en el tímpano era un dolor inhumano. Grité, Entonces oí algo dentro de la cabeza, como un beso muy fuerte, y me salió líquido de la oreja. Era como llorar por el agujero equivocado, y eso que en los otros no faltaban precisamente lágrimas. Levanté la cara, que estaba chorreando, y miré al médico y la enfermera con incredulidad. Luego me fijé en la tela, que la enfermera había puesto en el tercio superior de la mesa. Tenía una mancha muy grande de líquido. Y otra cosa: hilitos de pus amarillo.”

“Desde que me agujerearon varias veces el tímpano a los seis años, uno de mis principios más sólidos ha sido el siguiente: al primer engaño, la vergüenza es del que engaña; al segundo, del engañado; y al tercero de los dos. Al verme acostado por tercera vez en la mesa del especialista en oídos, me retorcí, chillé, di patadas y opuse toda la resistencia posible. Cada vez que la aguja se acercaba, yo la apañaba con la mano. Al final la enfermera salió, a la sala de espera, avisó a mi madre y entre las dos consiguieron sujetarme para que el médico pudiera meter la aguja. Yo pegué un grito tan largo y bestial que todavía lo oigo. De hecho, creo que en algún receso profundo de mi cabeza sigue resonando aquel último grito.”

Si esas son las historias de infancia que más recuerda: cuando fue sádicamente maltratado por la niñera, cuando fue sádicamente maltratado, desde la perspectiva del pequeño Stevie, por el médico, cuando su Mamá le grabó imágenes de muerte en la memoria, pues uno pensaría que probablemente lo primero que escribió iría en la ruta del Stephen que conocemos, pero no, lo primero que hizo fue copiar al pie de la letra una tira cómica que leía como endemoniado y fue su Mamá quien le propuso que, en lugar de copiar, escribiera sus propias historias y ahí fue cuando supo:

“Recuerdo haber acogido la idea con la sensación abrumadora de que habría mil posibilidades, como si me hubieran dejado entrar en un edificio muy grande y con muchas puertas cerradas, dándome permiso para abrir la que quisiera. Pensaba (y sigo pensando) que había tantas puertas que no bastaba una vida para abrirlas todas.”

Y aquí tengo que preguntarte ¿cómo te sentís vos frente a la escritura? Yo reconozco esa sensación de excitación, me identifico con ella, hay una historia que creo haber contado muchas veces a mis amigos y seguro está por ahí enredada en algún relato, y es de la primera vez que me pidieron escribir un cuento, fue para una clase de español, yo tendría unos siete años, tal vez ocho, llegué a la casa feliz y me puse a escribir, recuerdo que en la historia había una niña que volaba para entregar una carta muy importante, no recuerdo más, pero sé que me ponía muy feliz ver a la niña volar. El día que entregué el cuento para que me lo calificaran, le pasé el cuaderno a la profesora y ella pasaba páginas sin leer una sola línea, le miré la cara y le leí los labios, estaba contando las páginas, me calificó con un excelente y me pasó el cuaderno, yo me fui al pupitre con unas ganas de llorar tan profundas, ¿por qué no leyó el maldito cuento? En fin… ahí te dejo la pregunta en serio ¿cómo te sentís vos frente a la escritura?

Volvamos con Stephen que su historia de la primera vez que mostró un escrito propio, es más gratificante que la mía, porque se lo mostró a la Mamá no a una profesora, mi error:

“—¿Éste no es copiado? —preguntó al acabar.

Dije que no. Ella comentó que merecía publicarse. Desde entonces no me han dicho nada que me haya hecho tan feliz. Escribí otros cuatro cuentos sobre el conejo blanco y sus amigos. Mi madre me los pagaba a veinticinco centavos y se los mandaba a sus cuatro hermanas, que a mi juicio le tenían cierta lástima (…) Cuatro cuentos. A veinticinco centavos cada uno. Fue el primer dólar que gané en la profesión.”

La adolescencia

A los trece años Stephen envió su primer cuento a una publicación, era una revista de ciencia ficción titulada Famous Monsters of Filmland, lo que traduce algo así como Los monstruos famosos de Peliculandia, la revista fue creada por “un agente literario y coleccionista compulsivo de objetos relacionados con la ciencia ficción, Forrest J. Ackerman”, a los catorce ya había acumulado una buena cantidad de notas de rechazo, las notas las insertaba en una puntilla que tenía clavada en la pared, recuerda que la reemplazó por una más larga cuanto tenía diecisiete, porque ya no cabían más.

Y un día tuvo lo que llama su primera idea original:

“Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta aterrizar en la cabeza del escritor: de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.

El día del aterrizaje de la idea a que me he referido (la primera interesante), mi madre hizo el comentario de que necesitaba seis álbumes de sellos más para conseguir una lámpara (que era el regalo de Navidad que le apetecía hacer a su hermana Molly), pero que le parecía que no tendría tiempo. Dijo:

—Bueno, ya se la regalaré para el cumpleaños. (…)

Bizqueó a propósito, me sacó la lengua y vi que la tenía verde de tanto pegar sellos. Entonces pensé que estaría muy bien poder fabricarlos en el sótano de casa. Había nacido el relato «Happy Stamps». Lo crearon al instante la ocurrencia de falsificar Green Stamps en el sótano y la imagen de la lengua verde de mi madre.”

En este punto, como ya se puede inferir, era evidente la inclinación de Stephen por el terror, inclinación que alimentaba con la lectura de novelas de ciencia ficción, programas de televisión, hace referencia a dos: uno presentado por “John Newland, dueño de la mirada más terrorífica” y otro de adaptaciones de la obra de Edgar Allan Poe y por supuesto, el cine:

“Entre 1958 y 1966, mi gran pasión fue el cine.” Stephen nació en el 47 o sea que su pasión por el cine fue entre los once y los diecinueve años:

“A mí que no me vinieran con ñoñerías, mensajes optimistas y Blancanieves y los siete enanitos. A los trece años quería monstruos que devoraran ciudades, cadáveres radiactivos salidos del mar comiéndose a los surfistas y chicas de aspecto barriobajero y sujetador negro.”

Entre bestsellers y castraciones

Creo que, así como es muy probable que la mayoría tengamos una historia de terror relacionada con alguna ida al médico en la infancia, también tenemos una historia de castración, generalmente en la escuela o en el colegio, o sea en la infancia o la adolescencia, acá va la Stephen, tenía catorce años:

Como estaba enganchado con las películas de adaptaciones de la obra de Allan Poe un día se le ocurrió escribir una novela basado en una que le causó profunda impresión El pozo y el péndulo: la escribió “creo que constaba de ocho páginas a un solo espacio (…). Imprimí por los dos lados, como en un libro normal, y añadí una carátula con el dibujo rudimentario de un péndulo goteando manchas negras (y la esperanza de que pareciera sangre).” La llevó al colegio y la vendió “El péndulo de la muerte se convirtió en mi primer best-seller.” Tres docenas de copias, nueve dólares en el bolsillo al terminar la venta, y esto fue lo que dijeron las directivas del colegio:

“—Lo que no entiendo, Stevie —dijo ella—, es que escribas esta basura. Tú escribes bien. ¿Por qué desaprovechas tus facultades?”

“Desde entonces me he pasado muchos años (creo que demasiados) avergonzándome de lo que escribía.”

“Tenía en la cabeza la voz de la señorita Hisler preguntándome por qué quería desaprovechar mi talento, por qué quería malgastar el tiempo, por qué quería escribir basura.”

Luego, cuando quiso incursionar en la sátira a través de una revista, también distribuida en el colegio y donde cada docente tenía su respectivo sobre nombre, se vio nuevamente en la dirección y enfrentado a un comité encargado de decidir su futuro académico en la institución:

“Desde entonces no he querido saber casi nada del género satírico.”

El castigo voluntario, es decir, la imposición disfrazada de propuesta que hizo el colegio fue, y yo la aplaudo, enviarle a trabajar en el periódico semanal local:

“Los dos años que faltaban para acabar el instituto me depararían muchas clases de literatura, y la facultad muchas de narrativa y poesía, pero aprendí más en diez minutos con John Gould.”

John Gould era el director del periódico.

“—Escribir una historia es contársela uno mismo —dijo él—. Cuando reescribes, lo principal es quitar todo lo que no sea la historia.”

“El día en que presenté mis primeros dos artículos, Gould dijo otra cosa interesante: que hay que escribir con la puerta cerrada y reescribir con la puerta abierta. Dicho de otra manera: al principio sólo escribes para ti, pero después sale afuera.”

Carrie White

En la universidad conoció a quien luego sería su esposa, tuvieron hijos, empezó a trabajar en una lavandería y como docente:

“…por primera vez en la vida me costaba escribir. El lastre eran las clases. Trabajaba con gente que me caía bien, y me gustaban los niños (…), pero siempre llegaba al viernes por la tarde con la sensación de que mi cabeza era una batería, y de que durante toda la semana había tenido puestos unos cables para cargar otras cabezas. Ha sido la época en que he estado más cerca de dar por perdido mi porvenir de escritor”

Una amplia sección del libro está dedicada a su esposa, a cómo se conocieron, qué lo enamoró, yo leo ahí un profundo agradecimiento

“Escribir es una labor solitaria, y conviene tener a alguien que crea en ti. Tampoco es necesario que hagan discursos. Basta, normalmente, con que crean.”

Entre el bloqueo y el cansancio un día mientras trabajaba en la lavandería se le mezclaron dos recuerdos: un artículo sobre telequinesis que decía que la gente joven era más propensa a tener ese tipo de poderes y el de una vez que estuvo trabajando de aseador en el colegio y entró a limpiar el baño de las mujeres, nunca había estado en uno por lo que las diferencias le llamaron la atención, principalmente el dispensador de toallas higiénicas. Carrie White había nacido:

“…empecé a visualizar la escena inicial de un relato: un grupo de niñas duchándose sin anillas, cortinas de plástico rosa ni intimidad, y una de ellas que empieza a tener la regla. Lo malo es que no sabe qué es, y las demás (asqueadas, horrorizadas, divertidas) empiezan a tirarle toallas higiénicas. O tampones (…). La niña se pone a gritar. ¡Cuánta sangre! Cree estar muriendo, y que sus compañeras se burlan de ella en plena agonía… Reacciona… Contraataca… Pero ¿cómo?”

Telequinesis.

Como dije al principio de este podcast, este personaje no le caía bien y enlista las razones que tenía en su momento para no escribirla:

  • El argumento no le emocionaba
  • No le caía bien porque en su opinión era: obtusa, pasiva y una víctima fácil.
  • Estar en territorio desconocido por tratarse de una historia que se desarrolla entre mujeres.
  • Tener la certeza de que para superar el punto anterior iba a tener que escribir una novela, no un relato.

La solución que encontró fue tirarla a la basura.

“La noche siguiente, cuando volví del colegio, el borrador estaba en poder de Tabby”

Tabby es su esposa.

Con “Carrie White. Aprendí dos cosas: primero, que la impresión inicial del autor sobre el personaje o personajes puede ser tan errónea como la del lector. Segundo (pero no en importancia), darse cuenta de que es mala idea dejar algo a medias sólo porque presente dificultades emocionales o imaginativas. A veces hay que seguir, aunque no haya ganas. A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, al final sale algo bueno.”

Modelo de personaje

Utilizó para la creación del personaje de Carrie, el recuerdo de las dos chicas más introvertidas y tímidas de su clase. He de decir que las descripciones que hace Stephen, de estas chicas, me remontan a clichés de familias estadounidenses que ya uno ha visto bastante en esas películas de domingo que se ve uno para reposar el almuerzo; hago el comentario porque me produce impresión que existan, que sí, puede ser que la descripción sea una exageración, pero aun así…:

La primera chica es Sondra: una jovencita flácida con marcas de acné y con un único amigo Queso cheddar, su perro. Con un cristo crucificado de tamaño natural en su casa y, como se puede inferir, una mamá muy catótlica.

Carrie, es tímida, introvertida, temerosa, tiene una mamá muy católica

La segunda era Dodie, su particularidad, además de también ser tímida e introvertida, utilizaba una muda de ropa durante todo el año lectivo, le hacían bullying por eso y por todo, al cambiar de año llegó estrenando, transformación de pies a cabeza y el bullying se hizo más fuerte “Yo, que compartí varias horas de clase, tuve ocasión de observar directamente la destrucción de Dodie. Vi apagarse su sonrisa, y parpadear y extinguirse la luz de sus ojos. Al final del día volvía a ser la misma de antes de las vacaciones navideñas: un espectro de cara fofa y pecas en las mejillas que se escabullía por los pasillos mirando al suelo y apretando los libros contra el pecho.” El resto del año lectivo siguió usando la misma ropa que utilizó ese primer día.

“Carrie nunca me ha caído bien, pero al menos Sondra y Dodie me ayudaron a entenderla un poco. La compadecía a ella y a sus compañeros de clase, de quienes yo, años ha, había formado parte.”

El adelanto de Carrie

En esta autobiografía Stephen también nos habla de las dificultades económicas, de lo que significaba lograr vender un cuento y más importante aún que llegara el pago en los momentos más oportunos, de mayor necesidad. Para cuando cuenta que compraron a Carrie es imposible, al menos para mí fue imposible, no llorar de felicidad, y eso que en esta historia ya conocía el final.

Después de Carrie han venido más novelas, como sabemos, el éxito, la fama, las películas y en medio el alcoholismo y aquí voy a citar la narración de cómo descubrió que era alcohólico:

“a principios de los ochenta la asamblea legislativa del estado de Maine aprobó una ley sobre botellas y latas retornables. A partir de entonces mis latas de medio litro de Miller Lite ya no acababan en la basura, sino en un contenedor de plástico que había en el garaje. Un jueves por la noche salí a tirar unas cuantas, caídas en combate. Para mi sorpresa, el contenedor, que el lunes por la noche estaba vacío, ahora estaba casi lleno. Y siendo yo el único bebedor de Miller Lite de toda la casa…

¡Mierda!, pensé. ¡Soy alcohólico! Y no se elevó en mi cabeza ninguna opinión disonante. Téngase en cuenta que hablo de alguien que había firmado El resplandor sin darse cuenta de estar escribiendo sobre sí mismo (al menos hasta la noche que acabo de referir)” el resplandor es una novela sobre un escritor y exprofesor alcohólico.

Y luego nos cuenta de su adicción a las drogas, dice que como venía de una familia en la que cada quien debía lidiar con problemas, utilizaba la escritura como medio gritar cómo se sentía “A finales de 1985 y principios de 1986 escribí Misery (título que describe perfectamente mi estado de ánimo), la historia de un escritor que cae prisionero de una enfermera psicópata y es torturado por ella.”

Su esposa organizó una intervención, en ella le vació una bolsa de basura con cosas de su despacho, la lista, de lo que había dentro de esa bolsa, va desde latas de cerveza hasta enjuague bucal, pasando por laxantes, antigripales y valium.

Voy a cerrar este podcast con esta cita:

“Los escritores que se enganchan a determinadas sustancias no se diferencian en nada de los demás adictos; son, en otras palabras, borrachos y drogatas vulgaris. Las afirmaciones de que la droga y el alcohol son necesarios para atenuar un exceso de sensibilidad no pasan de ser la típica chorrada para justificarse. He oído el mismo argumento en boca de operadores de quitanieves: que beben para calmar a los demonios. Da lo mismo ser James Jones, John Cheever o un simple borracho de banco de estación; para un adicto, el derecho al alcohol o la droga elegida debe protegerse a toda costa. Hemingway y Fitzgerald no bebían porque fuesen personas creativas, alienadas o débiles moralmente, sino por la misma razón que todos los alcohólicos. No digo que la gente creativa no corra mayor riesgo de engancharse que en otros trabajos, pero ¿y qué? A la hora de vomitar en la caneca, nos parecemos todos bastante.”

Hace un rato te hice una pregunta, cuando hablaba de la excitación que sintió Stephen cuando su Mamá le sugirió que escribiera sus propias historias. Te la hago nuevamente: ¿cómo te sentís vos frente a la escritura?

Preciosa humanidad, acabamos el episodio de hoy, muchísimas gracias por escucharme.

Un abrazo gigante… y hasta luego.